Mi condición de identidad social desde la aproximada perspectiva de Samuel Ramos
Introducción
Al comenzar a indagar sobre ese
sentimiento de inferioridad del mexicano que describe Samuel Ramos para hacer este
ensayo, terminé preguntándome algo muy significativo y a la vez existencial:
¿Quién soy yo? Me di cuenta durante el fin de semana que todos tenemos una
tendencia natural a clasificar o diferenciar las cosas según sea la
conveniencia, el momento o medio en el que nos estemos desenvolviendo. Por
momentos me sentí tan identificado con lo que decía Ramos acerca de estos
defectos tan generalizados en la sociedad mexicana, que parecía que todo lo
había escrito para mí, ocasionándome risas, suspiros y hasta recuerdos
incómodos tanto propios como ajenos. De igual manera, traté de ponerme en los
zapatos de personas que conozco o incluso de personas que no existen más que en
unos cuantos libros y caí en la cuenta que el mexicano es, tal vez, quien más manifiesta
este tan controvertido sentimiento. Por eso mismo quise exponer aquí cuál es mi
condición de identidad social según lo que leí en El perfil del hombre y la cultura en México. Porque, según yo, me
ubico en el mexicano de la ciudad.
¿Qué es la identidad social?
Antes de hablar de este tema, es
necesario conocerlo y, aunque no soy un docto en la materia, puedo decir que no
es fácil encontrarse en un solo grupo o quedarse definitivamente en el mismo de
por vida. Investigando sobre esto di con un libro muy interesante, que me ayudó a entender con palabras sencillas lo que es la identidad social:
“Primero, hemos procedido a una clasificación, y a resultas
de ello se nos han acentuado las
diferencias entre cosas, objetos y personas pertenecientes a categorías
distintas, al tiempo que ha habido un proceso inverso respecto a todo aquello
que pertenece a la misma categoría. Esa operación se completa atribuyendo a
todos los objetos (personas) que pertenecen a la misma categoría rasgos y
atributos comunes: eso son los estereotipos.
Y para que en todo este complejo trámite no haya lugar a confusión, procedemos
a desplazar las diferencias hacia las zonas extremas (polarización).”[1]
Esto me llevó de la mano a saber que
generando estereotipos y posteriormente polarizándolos, se pueden sentar
diferentes conjuntos de personas de acuerdo a sus diferencias. Esta muchedumbre,
en este caso, es llamada grupo de identidad social.
Por más que trato de encajar en algún
grupo de identidad social en concreto, no puedo, la pluralidad de grupos con
los que me identifico se vuelve abrumadora después de pensarlo un rato. Esto
me llevó a consultar acerca de la pertenencia grupal e identidad social, para
definir precisamente quienes somos y a dónde vamos si seguimos como estamos.
“El
segmentar el mundo en un número de categorías manejable no sólo nos ayuda a
simplificarlo y darle un sentido, sino que sirve también para otra función muy
importante: para definir quiénes somos. No sólo clasificamos a otros miembros
de este o ese grupo, sino que también nos posicionamos a nosotros mismos en
relación a esos mismos grupos.”[2]
En
otras palabras, nuestro sentido de identidad se define por la pertenencia a
diversos grupos, cuando la gente se pregunta “¿Quién soy yo?” generalmente su
respuesta consiste en afiliarse a un grupo social definido por la nacionalidad,
el género, la edad, escolaridad, preferencia sexual, ocupación y un largo
etcétera.
Entonces,
¿qué pasa si yo quiero ser mexicano? Tomo
como ejemplo a Jorge Luis Borges: “Nos presentaron. Le dije que era profesor en
la Universidad de Los Andes en Bogotá. Aclaré que era colombiano. Me preguntó
de un modo pensativo. – ¿Qué significa ser colombiano? –No sé –le respondí–. Es
un acto de fe.”[3]
Y precisamente ese diálogo me hizo pensar (al igual que a Césarman) que ser
mexicano es un acto de fe, “es algo que tenemos, pero no podemos explicar por
qué lo sentimos; es el lugar en el espacio donde nos toca nacer, crecer,
existir, construir, forjar.”[4]
Hay que ser patriotas para sentirnos verdaderos mexicanos, conocer nuestra
historia, gritar sin pena ni miedo el “¡Viva México, cabrones!”, festejar,
entender los valores nacionales y a la vez querer mejorar al país. Pero
entonces… ¿Por qué ese recalcado sentimiento de inferioridad? Si el
nacionalismo lo traemos a flor de piel.
Creo
entonces que se debe a la forma en la que nos desarrollamos y adquirimos el
carácter desde pequeños. Por ejemplo, los psicólogos Michael Argyle y Dean J.
concluyen que:
“la
cantidad de contacto ocular durante una conversación es el producto de una
variedad de fuerzas de aproximación y de evitación. Las primeras incluyen la
necesidad de retroalimentación y deseos afiliativos y de dominación, mientras
que la ultimas incluyen el miedo de revelar algún estado interno, la evitación
de información sobre las respuestas de los demás y similares.”[5]
Esto,
a mi parecer, quiere decir que desde el momento en que se entabla una
conversación y existe contacto visual entre los interlocutores, se definen los
roles de quién puede tener mayor autoridad sobre el otro, y el mexicano, con
esa desconfianza que lleva desde siempre se vuelve sumiso y agresivo,
justo como el mexicano de la ciudad. Esto influye en mayor o menor medida en
las actividades económicas, tradiciones, educación y cultura de la Ciudad de
México, y por lo mismo, mucha gente prefiere migrar a otras ciudades del país
antes de pensar en mudarse a esta ciudad, también han disminuido los
movimientos del campo a la ciudad para dar paso a la migración entre núcleos
urbanos y de zonas metropolitanas a ciudades de tamaño mediano.
“La
pérdida de atracción de la Ciudad de México para los habitantes del resto de la
nación es evidente: a fines de los años cincuenta, al Distrito Federal llegaban
las corrientes más numerosas de 19 estados; ocho lustros más tarde sólo
llegaban a la capital del país la procedente del Estado de México.”[6]
En
parte es bueno que haya disminuido el nivel de inmigración a la ciudad, pero
hay que atender ese problema que, aunque no es una peculiaridad de los
mexicanos, causa cierta diferencia de las demás personas del mundo que en
muchos casos carecen de ese mismo complejo de inferioridad y si lo presentan,
es de un modo limitado y no permanente, que como dice Samuel Ramos: “en México
asume las proporciones de una deficiencia colectiva”.[7] Creo
que, como decía atrás en el texto, la forma en que desarrollamos el carácter
desde pequeños está completamente mediado por la educación que recibimos desde
nuestras familias y en la escuela, aunque éste se define finalmente en la vida
misma. Como mexicano de la ciudad, quisiera no ser un desconfiado de los
pelados ni un inferior a los burgueses, quiero ser patriota y gritar ¡Viva
México! porque soy un mexicano al grito de guerra.
[1]
Amalio Blanco, Amparo Caballero, Luis de la Corte. “Psicología de los grupos”.
Pearson, Madrid, 2005, p. 343 (Negritas añadidas por los autores).
[2]
Miles Hewstone, Wolfgang Stroebe, Jean-Paul Codol, Geoffrey M. Stephenson.
“Introducción a la Psicología Social”, Ariel, Barcelona, 1994, p. 386 (Cursivas
por los autores)
[3]
Jorge Luis Borges, Ulrica, “El cuento
contemporáneo”, Dirección de literatura, Coordinación de difusión cultural, UNAM.
[4]
Carlos Césarman, “De esto y aquello. Historias de juventud”, M. A. Porrúa,
México, 1995
[5]
Miles Hewstone, et al. Op. Cit. P.
203.
[6]
“La población de México en el nuevo siglo”, Consejo Nacional de Población,
México, 2001, p. 96.
[7]
Samuel Ramos, “El perfil del hombre y la cultura en México”, Planeta, México,
2005, p. 111
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