Misa Negra
¡Noche de sábado! Callada
está la tierra y negro el cielo;
late en mi pecho una balada
de doloroso ritornelo.
El corazón desangra herido
bajo el silicio de las penas
y corre el plomo derretido
de la neurosis de mis venas.
¡Amada ven!... Dale a mi frente
el edredón de tu regazo
y a mi locura, dulcemente,
lleva la cárcel de tu abrazo.
¡Noche de sábado! En tu alcoba
hay un perfume de incensario,
el oro brilla y la caoba
tiene penumbras de sagrario.
Y allá en el lecho do reposa
tu cuerpo blanco, reverbera
como custodia esplendorosa
tu desatada cabellera.
Toma el aspecto triste y frío
de la enlutada religiosa
y con el traje más sombrío
viste tu carne voluptuosa.
Con el murmullo de los rezos
quiero la voz de tu ternura,
y con el óleo de mis besos
ungir de diosa tu hermosura;
Quiero cambiar el grito ardiente
de mis estrofas de otros días,
por la salmodía reverente
de las unciosas letanías;
Quiero en las gradas de tu lecho
doblar temblando mi rodilla
y hacer el ara de tu pecho
y de tu alcoba la capilla...
Y celebrar, ferviente y mudo,
sobre tu cuerpo seductor,
¡lleno de esencias y desnudo,
la Misa Negra de mi amor!
—José Juan Tablada
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